Al comenzar tu retiro, deja de lado todas tus distracciones. Respira profundamente. Abre tu mente y tu corazón a Dios.
Marcos 1:9-11
En aquel tiempo vino Jesús de Nazaret de Galilea y se hizo bautizar por Juan en el Jordán. En cuanto salió del agua, vio el cielo abierto y al Espíritu bajando sobre él como una paloma. Se oyó una voz del cielo que dijo: “Tú eres mi Hijo querido, mi predilecto.”
La voz que salía de los cielos no dejaba lugar a dudas: Jesús es el hijo amado de Dios. Acababa de salir del agua, algo que muchos antes que él había hecho, pero su Bautismo fue diferente al del resto. En la persona de Jesús, Dios estaba en parado en el río, dejando humildemente que Juan le bautizara. ¿Por qué? Porque Jesús también era un hombre. En su doble condición humana y divina, Jesús nos enseñó lo que significaba ser el hijo amado de Dios. Esas mismas palabras que el Padre dirigió a Jesús están también dirigidas a nosotros. El bautismo de Jesús es una invitación a que nos veamos a nosotros mismos y a los demás como hijos e hijas amados de Dios.
¿Qué diferencia hace el creer que soy hijo amado de Dios en cómo me veo a mí mismo y al mundo que me rodea?
¿Cuáles son los retos a los que me enfrento cuando pienso en los demás como en hijos e hijas amados de Dios?
(Habla con Jesús rezando la siguiente oración o usando tus propias palabras.) Jesús, en tu forma humana y divina me enseñas cómo vivir la vida del hijo amado de Dios. Ayúdame a que me vea a mí mismo y a los demás de la misma manera en que tú nos ves.