Dedica unos momentos a relajarte y a encontrar la serenidad interior. Presta atención a tu respiración. Sé consciente de la presencia de Dios en la parte más profunda de tu ser.
Juan 8:7b
Les digo que lo mismo se alegrarán los ángeles de Dios por un pecador que se arrepienta.
Hay una historia acerca de una mujer que le preguntó a su párroco qué le recomendaba que renunciase durante la Cuaresma como sacrificio. El sacerdote la animó a abstenerse de juzgar al prójimo (“Ayuno de chisme“). Ella le contestó: “Eso es muy difícil, Padre. Mejor voy a renunciar al chocolate otra vez“. Cuando lanzamos piedras sobre los demás, cuando apuntamos con el dedo y soltamos la lengua entonces nos sentimos (falsamente) liberados, porque es más fácil ver los defectos de los demás que aceptar nuestras responsabilidades. El pecado es real y está presente. Con frecuencia se presenta de forma tan simple como un chisme, escurriendo el bulto y diciendo “mentiras inocentes“. Sería mejor imaginar la verdadera libertad que da reconocer nuestro pecado y poner manos a la obra en el trabajo de sanar nuestras propias heridas.
¿Qué “piedras“ he lanzado al juzgar a los demás?
¿Me ayuda en mi relación con los demás el reconocer mi propio pecado?
(Reza la siguiente o usa tus propias palabras). Señor, ten piedad de mí que soy un pecador. Cristo, ten piedad de mí que soy un pecador. Perdona mis pecados y condúceme contigo a la vida eterna.