Dedica unos momentos a relajarte y a encontrar la serenidad interior. Presta atención a tu respiración. Sé consciente de la presencia de Dios en tu interior.
Lucas 15:21-24
El hijo le dijo: “Padre, he pecado contra Dios y te he ofendido, ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Pero el padre dijo a sus sirvientes: “Enseguida, traigan el mejor vestido y vístanlo; póngale un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Celebremos un banquete. Porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido, se había perdido y ha sido encontrado”. Y empezaron la fiesta.
La última cosa que el hijo pródigo esperaba al regresar a casa era un banquete en su honor. Después de todo, ¿no había decepcionado a su padre y le había causado un gran dolor? ¿No parece una locura que pudiera estar tan contento de verle que le fuera a dar una fiesta? Pero eso es exactamente lo que ocurrió. El hijo se debió sentir sorprendido, humillado y totalmente confundido por la reacción de su padre. El amor incondicional es así. Las reglas y las condiciones que definen a quién se puede amar dejan de tener validez. Dios lo hace fácil: Debemos de amar a todas las personas. Y cuando alguien que creíamos perdido regresa, Dios nos invita a unirnos a la celebración.
¿Qué es lo que más me sorprende de la respuesta del padre que perdona? ¿Y de la del hijo?
Si alguien a quien había perdido volviera hoy, ¿cómo respondería yo?
(Habla con Dios rezando la siguiente oración o usando tus propias palabras). Dios misericordioso, que buscas a los que están perdidos. Tú siempre estás preparado para recibirnos cuando emprendemos el camino de vuelta a ti. Ayúdame a imitar tu amor incondicional en las relaciones que mantengo con los demás.