Durante sesenta años de servicio cristiano en el centro de Italia, todo tipo de oposición acechó a san Alfonso María de Ligorio. Su padre terco se resistía a su ordenación. Personas poderosas anticlericales lucharon contra los redentoristas, su orden religiosa. Los jansenistas denunciaron el Tratado de Teología Moral, su libro que buscaba corregirlos. El reumatismo le dobló la cabeza hacia el pecho, una deformidad que sufrió durante sus últimos veinte años. Y durante dos años, justo antes de morir, una oscuridad de dudas, miedo y escrúpulos asaltó a Alfonso María.
Un exitoso abogado antes de los 20 años, Alfonso usó sus habilidades legales durante toda su vida en sus escritos y en la administración de su orden y su diócesis. Fue ordenado sacerdote en 1717 e inmediatamente se hizo conocido como un confesor compasivo y un predicador con los pies bien puestos en la tierra. “Nunca he predicado un sermón”, dijo, “que la anciana más pobre de la congregación no pudiera entender”. Se puede escuchar su voz suave en el siguiente fragmento que también sugiere el secreto detrás de su perseverancia:
Estamos ahora a finales de 1761. Hoy ha comenzado el Año Nuevo de 1762. ¡Cuántos vieron el comienzo del año que acaba de pasar, pero no vivieron para ver su fin! Debemos dar gracias a Dios porque se nos permite ver su conclusión. Pero ¿sabemos si veremos el final de este año? Ciertamente, muchos no lo verán. ¿Quién sabe si estaremos entre este conjunto? Debe amanecer para nosotros un año que será el último. Debemos despertar nuestra fe y esforzarnos por el resto de nuestra vida para vivir de acuerdo con las máximas de nuestra fe. ¿Por qué esperar hasta que la muerte nos alcance y nos encuentre viviendo según las máximas del mundo? Despertemos nuestra fe para darnos cuenta de que esta tierra no es nuestro verdadero hogar, sino que estamos aquí simplemente como peregrinos.
Nuestra fe nos dará confianza en nuestras dificultades, enseñándonos que quien ora será salvo. Que nuestra fe nos haga vivir siempre con el pensamiento de la eternidad. Tengamos siempre ante nuestros ojos este gran pensamiento: todo en este mundo llega a su fin, ya sea prosperidad o adversidad. Solo la eternidad nunca termina.
En 1748, san Alfonso María publicó su aclamado Tratado de Teología Moral que marcó un camino intermedio entre el rigorismo de los jansenistas y una laxitud irresponsable. A la edad de sesenta y seis años, aceptó de mala gana el nombramiento como obispo de Sant' Agata y trabajó duro durante trece años para renovar su rebaño. Su renuncia en 1775 no trajo descanso al santo, ya que tuvo que luchar para proteger a su comunidad del estado. Asuntos políticos externos amenazaban con dividir y destruir a los redentoristas. Sin embargo, la comunidad resistió y hoy tiene misioneros sirviendo en todo el mundo. Agotado por una vida de extraordinaria laboriosidad, san Alfonso María de Ligorio murió el 1 de agosto de 1787, dos meses antes de que cumpliera 91 años.
from Fragmento tomado de Voices of the Saints [Voces de los santos], por Bert Ghezzi