Hay aproximadamente diez mil santos y beatos en la Iglesia católica. Y ellos son algunos de los mejores motivos para ser católico: los santos nos recuerdan que ser santo significa ser nosotros mismos.
Simplemente piense en la increíble variedad de santos que han existido a lo largo de la historia. Piense en San Francisco de Asís, el italiano del siglo XIII que impetuosamente se quitó todas sus ropas en la plaza del pueblo para demostrar que no estaba bajo el control de su acaudalado padre. Francisco era un joven muy energético. Compárelo con Santa Teresa del Niño Jesús, la monja carmelita del siglo XIX que pasó su vida orando tras los muros de un convento. Ahora compare a ambos con el beato Juan XXIII, el sabio (e ingenioso) Papa italiano que convoco el Concilio Vaticano II y revolucionó la Iglesia.
Todas estas personas fueron, como dijo Juan XXIII, “santas de diferentes maneras”. Santa Teresa del Niño Jesús una vez dijo que cada uno de nosotros es una flor diferente en el jardín de Dios, donde la belleza de las pequeñas margaritas se une al esplendor de las rosas.
Además, todos los santos oran por nosotros. Hay muchas maneras de pensar en cómo los santos interceden por nosotros en el cielo. La “comunión de los santos” se refiere a toda la comunidad de creyentes: los que nos han precedido y los que todavía están entre nosotros. La “nube de testigos” nos rodea, deseando orar por nosotros de la misma manera que un amigo íntimo oraría por nosotros. Los santos son nuestros compañeros así como nuestros protectores.
Diez mil santos son diez mil motivos maravillosos para ser católico y son diez mil personas que nos ayudan a ser católicos de la mejor manera posible: siendo nosotros mismos.