San Carlos Borromeo, 1538-1584

  

Carlos Borromeo nació en el norte de Italia en el año 1538 de una familia importante y rica. Estudió derecho civil y derecho canónico en Pavía, siendo muy joven su tío el papa Pío IV lo llamó a Roma para ser Secretario de Estado en el Vaticano. “Siempre tenía una opinión clara y precisa, su actitud fue siempre firme y era muy constante en la ejecución de sus proyectos”, como ha comentado un biógrafo, jugó un papel importante en convencer a Pío IV para continuara el Concilio de Trento, que buscaba acabar con la corrupción de la iglesia del siglo XVI asediada por el protestantismo. Siguiendo ese consejo en 1563 Borromeo comenzó y supervisó la escritura de una nueva edición del catecismo, reescribió los textos litúrgicos y la música y comenzó a aplicar la reforma clerical en Roma. Pío IV lo nombró arzobispo de Milán, pero lo mantuvo en Roma para la realización de una multitud de funciones oficiales. Deseosos de ser fiel a las indicaciones del Concilio de Trento, Borromeo presionó hasta que se le permitió residir en su diócesis en 1566.

Cuando Borromeo llegó a Milán, se encontró con un panorama desalentador. Milán era la Arquidiócesis más grande de Italia, con más de tres mil sacerdotes y ochocientos mil fieles pero tanto el clero como los fieles se habían desviado de las enseñanzas de la Iglesia. La venta de indulgencias y posiciones eclesiásticas eran frecuentes, los monasterios estaban de cabeza, muchos religiosos eran “perezosos, ignorantes y libertinos”, y algunos incluso no sabían cómo administrar correctamente los sacramentos. La ciudad no había tenido un obispo residente en los últimos 80 años. Borromeo convocó inmediatamente un sínodo de sus obispos para enderezar la situación. Para comenzar a ser un buen ejemplo, Borromeo redujo al mínimo su personal doméstico, prohibió a sus sirvientes aceptar regalos y vendió algunas de sus propiedades para ayudar a alimentar a los pobres. Comenzó a predicar en iglesias y monasterios, combinando “la exhortación con la intimidación”. También corrigió a los laicos, reduciendo las diversiones del domingo y exigiendo a todos los maestros que deben profesar la fe. Viajó por toda su gran arquidiócesis, incluso aventurándose en las montañas de Suiza para visitar a sus sacerdotes. En una ocasión, un sacerdote que no estaba de acuerdo con su afán de reformar la Iglesia le cerró la puerta en la cara. Siempre interesado en la educación religiosa, Borromeo estableció las cofradías de la doctrina cristiana para enseñar religión a los niños. La organización creció sorprendentemente y llegó a contar con 740 escuelas, tres mil catequistas y cuarenta mil estudiantes en las escuelas dominicales. Por su trabajo en la formación de sacerdotes se le reconoce como el “más activo innovador del seminario católico”.

El rigor de Borromeo le trajo algunos enemigos. Antes de que partiera para Milán, mientras supervisaba la reforma en Roma, un noble dijo que esta última ciudad ya no era un lugar para disfrutar o para ir a hacer fortuna. “Carlos Borromeo va a tener que proponerse rehacer la ciudad de pies a cabeza”, con ello se refería al entusiasmo del reformador que “después de Roma, corregiría todo el mundo”. Una vez que Borromeo llegó en su propia diócesis, tuvo que excomulgar y encarcelar a algunos nobles milaneses, incluyendo algunas autoridades civiles, que desafiaron a sus nuevas políticas. Algunos milaneses se quejaron ante el Papa del excesivo rigor de Borromeo, pero el arzobispo siempre demostró que tenía razón. Cuando ordenó la reforma de una orden religiosa rica y corrupta, los Humiliati, sus enemigos intentaron asesinarlo.

Borromeo en general mostraba su lado amable por lo que el pueblo lo amaba. Durante una plaga en 1576, permaneció en la ciudad al cuidado de los enfermos, ordenó que muchos de los adornos ostentosos de las iglesias se retiraran y se usaran para confeccionarles ropa a los indigentes. Durante una hambruna se endeudó para alimentar a más de sesenta mil personas. En tiempos más ordinarios, le gustaba recorrer la ciudad rezando con el pueblo. Fundó hospitales, escuelas, orfanatos y otras instituciones de caridad.

Fue en enérgico reformista que “siempre interpretó de la forma más austera y estricta posible” los decretos del Concilio de Trento, Carlos Borromeo fue un instrumento en la revitalización de la iglesia durante la Contrarreforma. Su obra, se dice, “le otorgó nueva confianza a una iglesia en problemas”. Murió en 1584, a la edad de cuarenta y seis, cansado de sus trabajos. Fue canonizado en 1610 y es el Santo patrón de los catequistas.




Tomado de: My Best Teachers Were Saints por Susan H. Swetnam