Todas las noches me voy a dormir con la mejor de las intenciones, pero a veces, al siguiente día, sin pensarlo y en medio de la prisa de la mañana, mi voz parece la de un sargento molesto. Además, frecuentemente realizo otras acciones egoístas y pecaminosas antes de que el día termine y el sentimiento de culpa me acompaña a la almohada. No obstante, como católica, tengo acceso a una nueva oportunidad que me regenera: el sacramento de la Reconciliación. Al confesar mis faltas ante un sacerdote y ante Dios, tengo la oportunidad de un nuevo comienzo.
¡Por supuesto que la confesión no es un cheque al portador para que trate a mi hija como me venga en gana! Al contrario, es una oportunidad para que recuerde lo mucho que necesito cambiar. Posiblemente la próxima vez que me sienta tentada a proferir palabras inapropiadas, considere opciones alternativas a la situación, ore en el fondo de mi corazón y espere a que ese momento transcurra.
Los expertos dicen que la clave para dejar de fumar o bajar de peso es intentarlo una y otra vez. Fallar no significa renunciar a ese propósito, sino comenzar de nuevo. Al ver salir el sol cada mañana el sol, me siento eternamente agradecida por el sacramento de la Reconciliación y la gracia del perdón divino.