Cuando alguien pierde a un ser amado, se siente como si estuviera exiliado en una tierra extraña, lejos de todo lo que consideramos una vida normal. Podemos llegar a sentirnos tan distantes, solos, alejados de la familia, de los amigos, e inclusive de Dios mismo.
Una amiga que estaba sufriendo la pérdida de su mamá lo expresó de esta ma-?nera: “Siempre intentaba rezar, pero nunca encontraba las palabras. Finalmente, me escuché a mí misma preguntar: Señor, ¿te das cuenta de lo que me está pasando?”. Lo que más le importaba a ella era el saber que no estaba sola en su sufrimiento y que de alguna manera Dios sabía y apreciaba el sufrimiento que experimentaba en su corazón.
¿Nuestro Dios sabe por lo que estamos pasando? Como católicos creemos que sí. Ante todo, consideremos tres cosas. Primero, “tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo para salvarnos” (adaptado de Juan 3:16). Segundo, Jesús nos reveló que su Padre sufre con nosotros. Dijo: “sean compasivos, así como su Padre es compasivo” (adaptado de Lucas 6:36). Tercero, Jesús, el Hijo de Dios, vivió, respiró y caminó en esta tierra como un ser humano, por lo tanto, experimentó una gama completa de situaciones humanas: pérdida, sufrimiento, abandono, y miedo.