Recientemente una amiga me dijo: “No puedo orar, no soy buena para eso”. Lo que realmente quiso decir fue que su experiencia de oración no iba de acuerdo con lo que esperaba de la oración. Pensó que la oración siempre sería reconfortante, serena, y que la inundaría de paz. “Cada vez que intento orar -dijo, mi mente está llena de distracciones, preocupaciones y sentimientos encontrados”.
Su problema no es su capacidad de orar, sino más bien, su concepto acerca de lo que debe ser la oración. La verdad fundamental de todo esto es que la oración tiene muchos rostros, y la llegada de distracciones y molestias no son un signo de que ha fallado, sino que son parte de la realidad de la oración. En su libro Everything Belongs: The Gift of Contemplative Prayer (Todo pertenece: el regalo de la oración contemplativa), el sacerdote franciscano Richard Rohr escribe: “Cuando Jesús es guiado por el Espíritu al desierto, lo primero que aparece ante él son las bestias salvajes (Marcos 1:13). Ante todo, la contemplación no es una consolación, es una realidad”.
He aquí tres consejos provenientes de gente ordinaria para gente ordinaria, gente de la que quizá no hayas oído hablar mientras crecías:
Recuerda siempre que en la oración la continuidad lo alcanza todo. Aun cuando sientas que no pasa nada o que no estás avanzando, con el paso del tiempo la oración continua te acercará más a Dios y a tu ser verdadero.
de Encontrando a Dios: boletín para padres de familia