Los dos momentos más memorables de la Biblia tienen lugar en torno a una comida compartida. En Éxodo 12 encontramos la descripción de la Cena Pascual judía, cuando los hebreos se reunieron para compartir una sencilla comida en anticipación de las obras que Dios iba a realizar por ellos. Hoy en día la comunidad judía rememora cada año esa comida para recordar lo que Dios ha hecho y celebrar la protección continua de Dios hasta nuestros días. En el Nuevo Testamento vemos cómo Jesús celebra la Cena Pascual con sus discípulos. Jesús le da a esta cena un significado nuevo al ofrecerse a sí mismo como alimento para la jornada. Cuando celebramos la Eucaristía estamos siguiendo el mandamiento de Jesús, quien dijo: “Hagan esto en memoria mía”.
Piensa en las diferentes maneras en las que celebramos comidas hoy en día. Cuando un familiar se va a marchar de la casa o cuando regresa tras haber estado un tiempo fuera; cuando hay acontecimientos importantes en nuestra vida, como bodas, bautizos, quinceañeras y graduaciones; cuando damos la bienvenida a los recién nacidos a nuestra familia. Las comidas son oportunidades para crear y revivir recuerdos. Por ello no es un accidente el que cuando Jesús quiso que recordáramos el don de sí mismo, él nos diese ese don precisamente durante el transcurso de una comida.
La hora de comer es una oportunidad natural con la que podemos ayudar a nuestros hijos a entender la Eucaristía:
- Ayudándoles a ver la relación que existe entre la mesa del comedor de su casa y la mesa del Señor en la iglesia. Cada semana, haz que tus hijos estén atentos durante la misa y busquen similitudes entre ésta y la preparación y gozo que tienen lugar cuando se reúnen para comer en la casa. Cuando celebramos una comida especial nos reunimos, oramos pidiendo la bendición de Dios y compartimos historias a la vez que compartimos la comida. En la misa nos reunimos y escuchamos historias del amor que Dios tiene por nosotros y que demostró enviándonos a Jesús. A continuación, mediante el ministerio del sacerdote, nos ofrecemos nosotros mismos y nuestra vida a Jesús y le damos gracias por todo lo que hace por nosotros. Luego, recibimos a Jesús en la Sagrada comunión.
- Hablándoles de lo bueno que es el estar presentes el uno para el otro. Nuestros hijos saben que cuando papá o mamá están distraídos, entonces no están realmente presentes. También saben cuándo estamos totalmente atentos a ellos. Díganles que durante la misa Cristo está totalmente presente, atento a ellos y que podemos hablar con Jesús de la misma manera que lo podemos hacer con nuestros padres, abuelos o nuestro mejor amigo. Pueden ofrecerle sus problemas a Jesús durante la misa, así como pueden llevarle también sus alegrías y gozos. Le pueden contar a Dios sus preocupaciones y pedirle su ayuda.
- Mostrándoles cómo cada misa tiene un mensaje especial para ellos. Lo único que tienen que hacer es estar atentos. Ya que Jesús está presente en la misa, ésta es una oportunidad para que abramos nuestro corazón y nuestra mente para recibir lo que Jesús quiere compartir con nosotros. Podemos escuchar a Jesús en las lecturas. Podemos escuchar a Jesús en la homilía del sacerdote o del diácono. Podemos escuchar a Jesús en nuestro corazón cuando oramos y cuando participamos en la misa.