Una tentación de los padres de familia es el proteger a sus hijos de todas las dificultades de la vida, aun cuando éstas son grandes maestras. En ocasiones, las dificultades nos revelan que tenemos una fuerza desconocida, además de que nos enseñan a lidiar con las frustraciones de una manera muy positiva. Pues bien, las mismas dificultades también pueden ayudar a los niños a adquirir el hábito de “ofrecerlo a Dios”. La práctica espiritual de este ofrecimiento es un ejercicio sencillo que consiste en ofrecer a Dios las dificultades y sufrimientos propios por el bien de los demás. Por ejemplo, yo puedo ofrecer el estrés que experimento ante un día que cerramos la edición de una revista o libro, por mi padre que está enfermo. Una madre puede ofrecer el desafío de un día estresante a favor de su hija que se encuentra muy preocupada por la presentación de un examen que tendrá el mismo día.
Las creencias que yacen bajo esta práctica se encuentran ocultas en la fuerza de la intención y la conexión. Como cristianos creemos que somos uno en el cuerpo místico de Cristo. Si transformo mis dificultades diarias en una oración de ofreimiento por los demás, esa oración tendrá un buen efecto en los demás. Esta es una expresión de nuestra unidad, solidaridad y amor.