Nunca es tarde para tener un buen día

  

La llamada de un amigo llegó en medio de un momento muy difícil para mí. Cuando me preguntó: “¿qué te pasa?”, me convertí en un mar de lamentos y quejas: no escuché la alarma, derramé el jugo, perdí el autobús y un pago que por alguna razón no llegó a tiempo. En consecuencia, mis compañeros de trabajo habían sufrido los efectos de mis frustraciones. Estaba a punto de continuar mi letanía de lamentos cuando mi amigo me dijo: “nunca es tarde para tener un buen día”.

Al principio quise colgarle el teléfono. Estaba buscando simpatía, pero a cambio me ofreció sabiduría. Quería implicarlo en mi estado de víctima, pero él me ofreció la oportunidad de practicar mi fe. Supe qué era lo que estaba tratando de decirme. Desde hacía mucho tiempo, mi amigo había compartido conmigo sus convicciones, en palabra y obra. Lo he visto sobrellevar sus dificultades con gracia y paciencia, y algunas veces con muy buen humor.

“¿Cómo puedo hacer eso?”, le pregunté. Me dijo que primero, necesitaba dejar de quejarme y respirar profundamente. Después, podía pedir la ayuda de Dios para que me asistiera en lo que el día me depare. Finalmente, en vez de mirar al pasado, necesitaba fijar la mirada en lo que está frente a mí, lo que tengo por hacer, porque es precisamente ahí donde me encontrará la ayuda divina. Tomé su ejemplo y, a partir de entonces, creo en estos tres pasos:

1. No agonices.

Me fue difícil admitirlo, pero el agonizar como si el mundo entero girara en torno a mí no sólo era algo egoísta, sino que también manifestaba mi falta de fe. Mientras me mantuviera en esa actitud egocéntrica, no podría ver a Dios en estos momentos desafiantes. La Escritura nos dice que nada ‘podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús’ (Romanos 8:38–39). Y con toda razón, esta verdad va más allá de nuestras pequeñas irritaciones y autobuses perdidos.

2. Pide la ayuda de Dios.

Este pequeño cambio de actitud—de intentar hacerlo todo por nosotros mismos, a invitar a Dios a que nos ayude— hace una gran diferencia en nuestro día. No es que Dios se abstenga de ayudarnos, a menos que se lo pidamos; al contrario, la ayuda de Dios siempre está disponible. El punto es que, a menos de que la busquemos activamente, no podremos reconocerla cuando esta se presente en nuestro derredor. El hecho de pedir la asistencia divina predispone nuestro corazón, mente, imaginación y voluntad para responder a lo que se presente en nuestro camino.

3. Haz lo que tengas que hacer.

Si estás teniendo “uno de esos días”, es muy probable que te veas tentado a responder al mismo tiempo a todos tus desafíos. Esto puede desorientarte, asustarte y confundirte. En lugar de eso, confía en la voluntad de Dios en el momento y la situación en que te encuentras. Es en el momento presente donde encontramos la gracia de Dios.

Nuestra vida nunca estará libre de desafíos, desacuerdos y dificultades. No obstante, Dios ha prometido acompañarnos si lo invitamos a nuestro caminar. Eso puede hacer una gran diferencia. ¡Que tengas un buen día!