Mi abuelita Kowalska nació en Polonia y desde siempre fue la persona más generosa de toda la familia, a pesar de que vivía en un pequeño estudio que se vendió en tres mil dólares luego de su muerte. Aun así, su amor por los demás era grandísimo, con él llenó los cuartos de su casa en toda su capacidad. Como niños, pronto aprendimos que no había algo que no pudiéramos obtener si tenía posibilidad de dárnoslo. Después de tantos años, cuando mis hermanas y yo hablamos de generosidad, admitimos que el ejemplo de nuestra abuelita permanece como el modelo a seguir en nuestra vida. Inclusive, se ha convertido en el origen de unos cuántos chascarrillos familiares. Y es que había que tener mucho cuidado, porque si admirabas algo que nuestra abuelita tenía, inmediatamente te lo obsequiaba. En una ocasión le regaló una lámpara enorme a una tía que la visitaba, la desconectó al instante y la colocó decisivamente en los brazos confundidos de aquella mujer. Hace poco una de mis hermanas vino a visitarme y fijó su atención en una fotografía enmarcada del Papa sobre mi pared. No es una fotografía ordinaria que puedas encontrar en una librería, sino que es una tierna imagen que me encontré en una revista hace algunos años. “La quiero”, dijo mi hermana.
Sonreí abiertamente y dije: “ni creas”. Sabía que si le daba esta fotografía jamás la volvería a encontrar. Cuando mi hermana se fue, pasé cerca de donde está la fotografía y recordé a mi abuelita. “Tú ganaste”, dije a su alma generosa que descansa junto a Dios.
Después descolgué el cuadro de la pared, lo empaqué apropiadamente y se lo envié a mi hermana.
- Por Alice Camille, autor de Invitation to Catholicism, ACTA