Las preguntas morales que los jóvenes de mi generación enfrentamos eran muy directas y honestas. ¿Les miento a mis padres? ¿Puedo copiar en el examen? Como adultos reconocemos que los asuntos más importantes que confrontamos son muy sutiles. Al final del día, en lugar de tener la certidumbre de que hice algo malo, me quedo con una vaga sensación de que pude haber hecho las cosas mejor de lo que realmente las hice.
Para ayudarte a tener una mayor claridad de conciencia respecto a algunos de los temas morales con los que puedes estar batallando, te presento cinco tentaciones de la vida diaria y te ofrezco algunas sugerencias sobre cómo puedes llegar a ser el hombre o la mujer que estás supuesto (a) a ser.
Cuando celebramos la Misa comenzamos pidiendo perdón por lo que hemos hecho y dejado de hacer. Mientras maduramos en la fe, frecuentemente nos damos cuenta de que en aquellas cosas que hemos ?fallado son precisamente las que reflejan el vacío moral más profundo en nosotros. ¿Me he negado a animar y motivar a los demás? ¿Me resisto al perdón y a la compasión? ¿Me niego a felicitar a alguien que ha alcanzado el reconocimiento que siempre quise tener? ¿Comparto mis talentos aun a pesar de la timidez, flojera o miedo al fracaso? Pausa un momento y reflexiona en las razones por las cuales te rehúsas a compartir tus dones con los demás.
Pueden ser malos hábitos, respuestas equívocas al estrés, o reacciones emocionales más allá de lo normal. Indistintamente del problema que se trate, sentimos la tentación de ignorarlo. Sin embargo, el desafío moral está en asumirlo y solucionarlo. Un amigo dijo que “si sigo haciendo lo que no quiero hacer, o si veo que no puedo hacer lo que quiero hacer, entonces necesito pedir ayuda”. La ayuda puede darse en forma de oración, hablando ?abiertamente con algún amigo o ?confidente sobre el problema, o ?acudiendo a consejería profesional. La moral no siempre tiene qué ver con el que permanezcamos fuertes, sino en buscar la fuerza donde ésta pueda encontrarse.
Cualquier persona bien informada ?se dará cuenta de que es muy poco lo que puede hacer ante las necesidades enormes del mundo. Hay días en los que nos sentimos sobrecargados y deseamos meter la cabeza en la arena y así esperar a que se disipen las necesidades. He aquí una estrategia para sobreponerse a la fatiga: elige uno o dos problemas, investiga acerca de ellos, y ve la manera en que puedes contribuir a ellos. Nadie puede hacer todo, pero la distancia moral entre no hacer nada y hacer algo es muy significativa.
Te sorprenderás de la gran cantidad de acciones que están motivadas por el miedo: a fallar, a perder tus posesiones, y a que no se te respete; estos son sólo unos cuántos miedos que pueden descontrolarte. El miedo puede servir como una prevención válida, pero éste debe ser sometido a la fe y la fuerza de voluntad. La ?confianza en Dios es el mejor antídoto para el miedo, porque nos permite hacer un buen uso de él. Una vez que, a pesar del miedo, te has decidido por algo, reconoce tu propio miedo y sigue adelante. Tal acción es un acto de fe.
Posiblemente estemos condicionados por las series cómicas televisivas en las que todos los problemas, a pesar de su complejidad, se resuelven en media hora. Tuve la misma idea un domingo que escuché a un predicador diciendo que: “… para cada dificultad, complejo, o problema ?difícil en la vida, había una solución sencilla”. ¡Eso es falso! Frecuentemente nos vemos tentados a tomar decisiones simplistas cuando las situaciones requieren ?decisiones inteligentes y bien ?pensadas. Vivir una vida moral significa tener paciencia mientras reflexionamos frente a las soluciones delicadas, ya sea que éstas afecten la relación familiar, el trabajo, los asuntos comunitarios, o internacionales.