Las cuatro semanas de Adviento constituyen un tiempo dedicado a la preparación espiritual que comienza con una toma de conciencia de nuestros anhelos más hondos lo cual nos lleva a una apertura mucho más profunda a los regalos que Dios quiere darnos. Este ejemplar nos ofrece una reflexión espiritual diferente para que la hagamos nuestra durante estas cuatro semanas. Concédase diariamente un momento para reflexionar en el tema de la semana. Si dedica tiempo para la preparación interior, le será aun más agradable el vivir la espiritualidad propia de este tiempo de espera. ¡Qué tenga un buen Adviento!
Como busca la cierva corrientes de agua, así, Dios mío, te busca todo mi ser. Tengo sed de Dios, del Dios vivo, ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios? Las lágrimas son mi alimento día y noche, mientras me preguntan todo el día: ¿Dónde está tu Dios?
Salmo 42:2-4
En un día de invierno, mientras daba una caminata por el bosque, me encontré frente a frente con un venado. Nuestro pueblo se encontraba en medio de un crudo invierno, tanto así que el arroyo que había junto a la vereda estaba casi todo congelado. Me detuve en un lugar en el que la corriente emergía a la superficie, se arremolinaba para luego perderse nuevamente bajo el hielo.
Mientras estaba sentado observando y escuchando el sonido de la corriente, apareció un venado. Nos vimos uno a otro por unos instantes y, sintiendo que no representaba ninguna amenaza para él, el venado se acercó a la fuente de agua y bebió tranquilamente.
Entonces recordé las palabras del Salmo: “Como busca la cierva corrientes de agua, así, Dios mío, te busca todo mi ser”. Había estado experimentando en mi alma una especie de invierno interior. Había muy pocos signos de vida y me parecía que el Espíritu de Dios se había congelado en mi vida. De alguna manera sentí que mis anhelos más profundos estaban reflejados en este signo externo: ser un agua reverberante que emerge debajo del sólido hielo.
Era Adviento, yo mismo estaba en espera de algo, aun cuando apenas era consciente de mi descontento. Al igual que todas las personas me sentía atrapado en el activismo que precede a la Navidad. A pesar de que habíamos encendido en casa las velas de Adviento y había intentado orar, me dí cuenta de que necesitaba orar más. Necesitaba tiempo para dejar que mi sentido de la espera se arremolinara y se hiciera tan claro para mí como lo había sido aquella fuente de agua mientras caminaba por el bosque. Entonces me dí cuenta que necesitaba desarrollar y alimentar una relación más cercana con Dios y que ya no podía seguir orando mecánicamente y sin reflexionar realmente en lo que oraba. Una vez reconocida mi necesidad, ésta se convirtió en una invitación a vivir con una conciencia más profunda de la presencia de Dios y del cuidado amoroso con que me rodea.
¿Qué estás buscando? ¿Qué es lo que tu corazón te está tratando de decir? El regalo que Dios te ofrece esta primera semana de Adviento es la invitación a explorar tus anhelos más profundos. La Iglesia, por medio de nuestras costumbres de Adviento, y el mismo clima de esta temporada, apoyan esta obra de renovación interior. Durante esta primera semana de Adviento concédase el tiempo y espacio necesarios para contemplar y reflexionar en lo que realmente espera de nosotros. Dese cuenta de que esta es la temporada en que sus anhelos lo llevarán al Niño Dios, quien conoce las esperanzas y miedos de todos los años y responde a ellas con un amor sumamente generoso.
Nuestra espera de la venida de Dios se vive a nivel personal y comunitario. Los eventos mundiales hacen pedazos nuestra autosuficiencia; las dificultades familiares debilitan nuestra voluntad y prontitud para responder a la llamada de Dios. ¿Cómo podemos decir que Dios está presente cuando hay tantas cosas a nuestro alrededor que no están funcionando como debieran?
Consuelen, consuelen a mi pueblo, dice tu Dios, hablen al corazón de Jerusalén, grítenle que se ha cumplido su condena y que está perdonada su culpa, pues ha recibido del Señor doble castigo por todos sus pecados.
Una voz grita: Preparen en el desierto el camino del Señor, tracen en la llanura una senda para nuestro Dios. Que se eleven todos los valles y las montañas y colinas se abajen; que los barrancos se transformen en llanuras y los cerros en planicies. Entonces se manifestará la gloria del Señor y la verán juntos todos los pueblos, lo ha dicho la boca del Señor.
Isaías 40:1-5
En los inicios de mi vida adulta la Navidad se convirtió para mí en una gran decepción. La gente hablaba de la magia de la Navidad. Me parecía que la magia había desaparecido por completo en ese momento de mi vida. La Navidad comenzó a ser como cualquier otro día, con la única diferencia de que durante ésta había un montón de obligaciones adicionales y de compromisos emocionales.
Lo irónico del asunto es que mi malestar respecto a la temporada Navideña comenzó a desaparecer cuando acepté que la Navidad es, hasta cierto punto, igual que cualquier otro día del año. Es decir, puedo reconocer la venida de Cristo a mi vida y a mi corazón en cualquier momento, en cualquier día del año. La venida de Cristo no está limitada a un día en exclusivo cuando “la magia” se realiza. Aun más, me dí cuenta que no se trataba en absoluto de algo mágico, sino que era completamente real. El verdadero sentido de la Navidad está cimentado en lo profundo de la revelación divina manifestado en el hecho de que Dios nos ama tanto que decidió habitar entre nosotros, tanto en Belén como en nuestra propia familia. Llegué a la conclusión de que las palabras del profeta Isaías “entonces se manifestará la gloria del Señor” se cumplen siempre que esté dispuesto a preparar el camino para que el Señor venga a mi vida. Para mí, el construir un camino plano y derecho consiste en serenar mi mente y abrir mi corazón.
El regalo para la segunda semana de Adviento es que Dios nos habla y se dirige a nosotros con un mensaje consolador en medio de nuestro descontento y nuestra espera. En esta temporada silenciosa de Adviento que a menudo intentamos llenar de ruido y activismo frenético, reserve un momento de su día para escuchar las palabras consoladoras que Dios dirige a su persona, y por supuesto, a su propia vida. Reserve cinco minutos diariamente, por la mañana o por la noche, y respire profundamente. Una vez que lo haya hecho, sumérjase en los hechos y situaciones por las cuales esté más agradecido con Dios. Un corazón agradecido hace que cambie todo lo demás. De esta manera comenzaremos a ver, aun en medio de las exigencias y compromisos de la temporada navideña, el verdadero propósito de estos esfuerzos: celebrar la venida del Señor a nuestra vida y a la vida de aquellas personas que amamos.
El profeta Isaías dirigió su mensaje al pueblo judío cuando éste estaba exiliado en Babilonia, entre el año 587 y 537 a.C. Su vida se había hecho añicos, su templo había sido destruido y el recuerdo de esta amarga experiencia se estaba desvaneciendo en la memoria de sus hijos. En medio de un momento doloroso escuchan palabras de consuelo. Dios también nos dirige hoy palabras de consuelo. Sólo podremos escucharlas si abrimos nuestro corazón a su mensaje. No son palabras que nos ofrezcan el falso consuelo de que todas las cosas repentinamente serán mejores. Son palabras de consuelo que Dios nos dirige en medio de nuestro dolor y confusión. Estas palabras nos llevarán a crecer en nuestra conciencia y reconocimiento de la presencia de Dios en nuestra vida y en nuestra familia.
Vienen días, oráculo del Señor, en que yo estableceré con el pueblo de Israel y con el pueblo de Judá una alianza nueva. No como la alianza que establecí con sus antepasados el día en que los tomé de la mano para sacarlos de Egipto. Entonces ellos quebrantaron la alianza, a pesar de que yo era su dueño, oráculo del Señor. Esta será la alianza que haré con el pueblo de Israel después de aquellos días, oráculo del Señor: Pondré mi ley en su interior y la escribiré en su corazón; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo.
Jeremías 31:31-33
Cuando era niño, siempre tenía mi lista de los juguetes y regalos que esperaba recibir durante la Navidad. Usualmente en esta lista había una cosa en especial que me alegraría enormemente y que me haría sentir plenamente dichoso.
En esta semana de Adviento concentramos nuestra atención en los corazones: los corazones contentos, los corazones tristes, los corazones duros, los corazones destrozados, los corazones anhelantes y los que han dejado de esperar. En la Sagrada Escritura encontramos muchos escritos relacionados a nuestro corazón porque el corazón representa lo más profundo de nuestra identidad. Nuestros corazones revelan lo que verdaderamente somos porque contienen dentro de sí nuestros anhelos más profundos.
¿Qué hay en tu corazón? Podemos responder a esa pregunta de muchas maneras, y es a la vez, una buena pregunta para que reflexionemos en ella a lo largo de esta semana de Adviento. No obstante, también Dios tiene la respuesta a esta pregunta. “Pondré mi ley en su interior y la escribiré en su corazón”, dice el Señor. Así pues, además de lo que haya en nuestro corazón, también podemos estar seguros de que la ley del Señor está escrita, con tinta permanente, en nuestro corazón. Esa ley es la ley del amor.
Es tiempo de que apliquemos a nuestra vida lo que hay en nuestro corazón. Por mi parte, reconozco que cuando me he sentido perdido y confundido en mi vida, siempre hay una manera segura de reencontrar el camino: amando a alguien. En medio de mi confusión, miro alrededor para ver quién necesita una respuesta amorosa. Puede ser mi propia hija que estará confundida respecto a una decisión que debe asumir y que necesita de alguien que la escuche, pero que la escuche verdaderamente. Puede ser mi esposa que está sobrecargada de trabajo y algo de ayuda le vendría muy bien para relajarse un poco y cumplir más efectivamente sus compromisos. Puede ser que mi parroquia me ofrezca una oportunidad para hacer que una familia necesitada pase una Navidad mucho más feliz. El regalo de Adviento para esta semana es el amor de Dios que habita en nuestro corazón.
El meollo del asunto es que debemos ser responsables de nosotros mismos y de nuestras acciones. La semilla del cambio en nuestra familia, en la comunidad y en el mundo comienza con la llamada de Dios que nos invita a encontrarnos con él para cambiar nuestro corazón. En medio de un mundo irracional y enfermizo, esto parece ser algo muy pequeño. No obstante, un corazón que está en sintonía con Dios puede resonar en nuestra familia y en todas las comunidades y familias del mundo.
Bendito quien confía en el Señor, y pone en el Señor su confianza. Será como un árbol plantado junto al agua, que alarga hacia la corriente sus raíces; nada teme cuando llega el calor, su follaje se conserva verde; en año de sequía no se inquieta ni deja de dar fruto.
Jeremías 17:7-8
Un día, mientras estaba viviendo un retiro en Nuevo México, me decidí a realizar una caminata por en medio del desierto a fin de llegar a la cúspide de una meseta alta que se encontraba en medio del valle. Mientras caminaba toda el área me parecía desolada y vacía. Sin embargo, una vez que estaba en la cumbre de la meseta el panorama era totalmente diferente. Desde ahí, a distancia podía ver el cauce del río. Me resultó muy fácil verlo porque en sus orillas abundaba la vida. Desde aquella altura la orilla del río parecía ser un listón verde y dorado. En medio de un sol radiante, el follaje verde y dorado revoloteaba sobre los árboles y los arbustos cuyas raíces se estiraban hasta la ribera del río para alimentarse durante la temporada de lluvias. Estas raíces debían ser muy profundas a fin de mantener una vida abundante aun en la temporada de sequía.
El Adviento es un tiempo ideal para hundir profundamente nuestras raíces espirituales, para dejar que se extiendan hasta Dios, fuente de toda vida. Dada nuestra conexión con Dios, nuestra vida diaria también puede ser fuente de vida para los demás. La Navidad no sólo es una temporada para recibir regalos, mejor aun, es una temporada para deleitarnos dándonos a los demás. De esta manera, imitamos lo que Dios ha hecho por nosotros y precisamente en eso encontramos una alegría profunda. Preparémonos pues para ser generosos en los regalos que daremos a nuestra familia, compañeros de trabajo, vecinos, amigos y desconocidos: paciencia, prudencia, motivación, consejo, fe, esperanza y amor.
Hay un dicho popular y espiritual que dice: “Nadie da lo que no tiene”. El regalo que podemos dar a los demás durante la última semana de Adviento es la esperanza. Bebamos profundamente de este regalo espiritual que Dios nos ofrece. De esta manera podremos apreciar aun más dentro de nosotros el espíritu navideño y llevar a los demás las bendiciones del Niño Jesús el resto del año.
Es muy fácil que perdamos la paciencia con Dios y con los demás. Vivir una vida de esperanza significa estar dispuestos a vivir valientemente día con día. Es casi seguro que los cambios que se van realizando en nuestra vida sean muy sutiles y casi imperceptibles. Vivir en la esperanza significa que, aunque Jesús ya haya venido, necesitamos permitirle que concluya su viaje a nuestro corazón.
de Encontrando a Dios: boletín para padres de familia